viernes, 26 de febrero de 2016

Una vajilla Noritake

Lo he vuelto a hacer, he regresado a la nave de las subastas. Sí, lo confieso, no he superado la tristeza que supuso el ver cómo me robaban el espejo victoriano, amor de mi vida durante diez minutos, y he regresado con La Batu al lugar del crimen, pensando que quizá podría encontrar otro espejo que reemplazase al viejo, o que, con un poco de suerte, el que pujó por el mío no hubiese ido a buscarlo nunca y estuviese de nuevo allí. Mi gozo en un pozó,  ni el mío, ni ningún espejo digno de tener el calificativo de victoriano.

Como soy frívola y casquivana (aunque no sea rubia), volví a quedarme prendada. Estaba decidida a olvidarme de espejos, por el aquel de no caer dos veces en la misma piedra, y centré mi deseo en una vajilla Noritake, o sea, una cerámica japonesa que tiene creaciones con diseños adaptados al gusto británico (no, no sé nada de cerámicas, simplemente que yo esté tan puesta, lo vi después en wikipedia) con unas hojas y unas flores en tonos verdes muy sutiles que yo ya visualizaba luciendo este verano en mi mesa de jardín (que no tengo) sobre un maravilloso mantel de lino, (que me prestaría La Batu, porque yo tampoco tengo) y sirviendo el almuerzo de 12 amigos (aún no tengo tantos, pero todo se andará) todos inteligentísimos, divertidísimos y cultísimos. Como yo, claro. En esas estaba cuando recibí el mail de la compañía de subastas diciendo que me la habían birlado por solo cinco libras de diferencia, otra vez he apostado a caballo perdedor .Bueno, en realidad, el caballo perdedor soy yo,  a juzgar por las cifras tan ridículas que estoy siempre dispuesta a pagar. En realidad soy caballo tacañón, mejor dicho. ¿De verdad te quieres hacer con una porcelana japonesa por 50 libras? ¿Y con un espejo victoriano por 60? Debería fijarme más en La Batu, no pega tiro al aire. Quiero esta cubertería de plata, la consigo, quiero esta colección de manteles, pago por ello. Y no hay más misterio en el arte de pujar en las subastas. ¡Pon una cifra razonable, y te lo llevas, tía  miserable!

Una vida sin pasado

Cualquiera que venga a nuestra casa ahora mismo, pensará que somos una familia que viene huyendo de algún dramático episodio de nuestro pasado y que queremos empezar de cero, dejando atrás sin contemplaciones, nuestro vida anterior. 

He pasado por casi todas las casas de españoles que viven aquí (cinco más) y todos ellos, tienen objetos traídos de España o de su país para no perder el contacto con su vida anterior, fotos de padres, hermanos, amigos, figuritas decorativas, amuletos de la suerte, discos, sábanas, dibujos “no-me-olvides-vuelve-pronto” que los amigos de los niños hicieron antes de su marcha, o alguna vajilla de porcelana, sin la que, es obvio, no se puede vivir. Nosotros nada, ni un cuadro, ni una foto, nada. Suena muy prosaico, pero el único objeto que podría estar vinculado a mi pasado es la olla exprés (que le ganó la batalla a la thermomix) y que fue lo único que me cabía en el coche después de haber cargado las maletas de los cinco, una garrafa de aceite de oliva virgen extra y los dos ordenadores. Al menos Héctor se trajo la guitarra, que digo yo que ya podría yo haber elegido algo menos práctico que la olla exprés. 

El otro día un amigo se fijó en que el techo del pasillo hay una trampilla que accede al sobrao. "¿Habéis mirado eso?. Ahí os caben muchas cosas". Cuando le dijimos que no, insistió que subiésemos a verlo porque era un buen sitio para guardar cosas. Tuvimos que decirle que no tenemos nada que guardar, que no hay más que lo que ves, somos transparentes. 

A veces me justifico diciendo que en realidad uno no necesita tantas cosas para vivir, pero es una de esas frases hechas que solo consuelan al que las dice. Y ni siquiera a mi me sirve de consuelo cuando voy a echar mano de un colador que no tengo. 

Soy anfitriona

Hoy viene una amiga de Sol a jugar a casa y estoy más nerviosa que si fuese a recibir al mismísimo Barack Obama.


Reviso que la casa está ordenada (como si los ingleses fuesen los reyes del orden) y que todo está bajo control. Como aquí cenan pronto, aviso a los peques de que cenaremos a las 5.30, la niña no se puede salir de casa sin haber cenado, su madre viene a recogerla a las 6. Héctor y yo somos incapaces de meternos un plato de sopa a esas horas. Y a los niños al final les hago un sandwich y ensalada.


Todo sale bien. Ya me siento experta en protocolo materno/infantil británico. A partir de ahora espero no parar de invitar a amigos y amigos y más amigos de los niños a que vengan a casa a jugar

Mi primera resaca, chispas

Yo: Solo tomé dos cervezas, no sé por qué me siento así. 
Héctor: ¿Solo dos cervezas grandes? Bueno, es más de un litro de cerveza  para el cuerpo. 
Yo: Ahora sé por qué me siento así. ¿Dónde está el paracetamol? 


Mi primera cita, chispas

Ayer pasé un día de nervios tremendos. Por la noche acudí a una quedado con las madres del colegio. Ladies out, en un pub local para tomar algo. A las 8 de la noche, que es como en Madrid quedar a las 2 de la madrugada. Miro en sus perfiles de FB y veo que muchas de ellas hablan de lo divertido que son estos encuentros y donde, al parecer, se sienten taaaaan libres como para beberse todo el vino del salón. Salí de casa con el tiempo justo para llegar diez minutos tarde y no ser la primera, pero para mi sorpresa, fui la primera. A punto estaba de pedirme algo, cual soltera solitaria intentando ligar con algún buen partido local, cuando se presentó otra madre, también recién llegada hacía poco y que no conocía a nadie. Así que nos pedimos dos grandes cervezas y nos hicimos amigas para siempre. A la media hora estábamos sentadas en unos elegantes sofás del pub y ya éramos un grupo de diez mujeres que lo primero que nos preguntábamos, ¿y tú de quién eres madre? (una nueva versión del ¿y tú de quién eres?). 

Las únicas que tomábamos cerveza éramos las extranjeras, las dos españolas y my best friend forever, que resultó ser inglesa recién retornada de cinco años en Waterloo, Bélgica. Las demás tomaban prosecco como si no hubiese un mañana, pidiendo botellas sin piedad. Yo estaba convencida de que en menos que canta un gallo las inglesas estarían subidas a la mesa, bailando y enseñando las bragas, mientras que nosotras tres, que solo íbamos por la segunda cerveza, mantendríamos la dignidad y el pabellón bien alto. Pero de pronto comencé a notar cierto malestar, la tierra, el pub, se movía un poquito y en mi estómago pasaban cosas raras. Aterrorizada con la idea de que la cosa fuese a más en mi primera cita, decidí retirarme a tiempo y discretamente llamé a Héctor para que viniese a buscarme. Me sentía incapaz de subir caminando la cuesta a casa, que en aquel momento me parecía lo mismo que subir al Everest.  Me alegré inmesamente de que la CML se hubiese sentado al otro extremo del grupo, así si la cosa empeoraba, no tendría que pisarle a ella  en caso de que tuviese que salir al baño. Héctor llegó a los 5 minutos de mi llamada. Y todo lo demás, es bruma. 



El abrigo de leopardo

CaitlinMoranlocal me esquiva. Ya me hablo con muchas mamás del cole. Pero sigo buscándola con el rabillo del ojo. Un abrigo de leopardo no pasa desaprecibido. 

Espejo Victoriano

Es la primera vez que me pasa; me he enamorado, sin querer hacerlo, de un espejo victoriano. Y cuando el espejo victoriano se ha ido con otro que tenía más dinero que yo, me he sentido traicionada. Así debía de ser el amor en épocas victorianas. 

Esta mañana fui con Batu  a una casa de subastas. Muebles, joyas, papeles viejos, fotografías de antaño, vajillas... aquello parecía el trastero gigante de cualquier familia que lleve generaciones viviendo en la misma casa y de pronto se dan cuenta de que la cosa se les ha ido de las manos. Había maravillas, muchas, pero también auténticos bodrios, horteradas y cosas inútiles a más no poder. Durante dos horas estuvimos alucinando con el funcionamiento, un tipo de unos 30 años, subido a un estrado elevado, va leyendo los lotes que hay-- 600- y poniendo en marcha la venta. Hasta ahí todo entra en los parámetros normales de lo que uno espera de una subasta. La cuestión es que no sabes cómo demonios se comunica con los compradores, ninguno de los cuales levanta el cartoncito con el número de cliente que te dan para pujar, ni dicen nada del estilo de Yo!, ni nada de eso. Un gesto de la cara, un movimiento de cejas es suficiente para hacerle entender al subastador que sigues pujando por la pieza. Yo llevo once años casada con Héctor y no llegamos ni al 10% de la comprensión gestual como la que tiene ese hombre con los compradores. 

Después de dos horas mirando cacharrada y piezas de arte, sentarnos en todas las sillas Tudor, coger tazas de porcelana china imaginando la historia que tienen detrás y fisgonear entre las fotos antiguas del lote 148, teníamos que irnos. Tras dos horas metida en el hangar del chamarilero me sentía igual que cuando paso diez minutos frente al escaparate de la zapatería los Guerrilleros, aturdida, incapaz de seleccionar nada y sobre todo, con necesidad cero de nada de lo que había allí.  Y en estas viene Batu y me dice que no podemos irnos sin pujar por algo. Pero si nos estamos yendo, le digo. “Sí, pero se puede pujar a distancia. Rellena este papel”. No tengo interés por nada. “Pues tienes que pujar, no te puedes ir de aquí sin vivir la experiencia al completo”. Y yo, que en estos momentos estoy entregada al Batuequismo sin tregua (sí, mamá, si Batu me pidiese que me tire por un puente, me tiraría por un puente), volví a la enorme sala a buscar algo por lo que pujar. Descartado todo aquello que costase más de 80 libras, aún debían quedar 312 lotes y seguía sin saber qué apuntar en el papel. Hasta que finalmente, a lo lejos, en un oscuro rincón apartado de los ojos de todos, lo vi. Un espejo victoriano de caoba con incrustaciones de marfil, con un precio de salida de 40 libras. Justo el objeto con el que llevo soñando toda mi vida, que digo yo, qué bien me quedaría con las estanterías billy de Ikea. 

Apunté el número en el papel, y en un ataque de generosidad, escribí que estaba dispuesta a pagar hasta 60 libras por él. Eso es lo que se llama tirar la casa por la ventana. Y nos fuimos. 

Es curioso; a partir de ese momento sentía que ese espejo era mío. Tenía que ser mío. Lo deseaba más que nada en el mundo. Y durante cinco o seis horas yo solo quería escuchar una palabra, adjudicado.
Cómo es posible que algo por lo que en mi vida había sentido el más mínimo interés se hubiese convertido de pronto en un objeto deseado y codiciado. Estaba segura de que ya nunca más podría vivir sin un espejo victoriano. Por amor de Dios, ¿quién no ha deseado lo mismo alguna vez? 


El regreso a la realidad fue duro. Batu me llamó para decirme que ella se había llevado la cubertería de plata. ¿Has visto si tienes un mail diciéndote que tienes el espejo?. Lamentablemente no tenía nada. Corrí a meterme en la web de los subasteros y lo que vi me dolió enormemente; alguien había comprado ese espejo por 100 libras, 40 más de lo que yo estaba dispuesta a pagar.  Y de rodillas en el suelo, con la mirada puesta en el cielo, a Dios puse por testigo, que ni yo, ni los míos, acabaremos nuestros días sin un espejo victoriano.

Persiguiendo a CML

La Caitlin Moran local me rehuye. No sé si no quiere saber de mi o simplemente no quiere que su hijo venga a jugar a casa con el mío, que es lo que yo le he pedido.  Estoy tentada de echarme una botella de ginebra al bolso y dejarla entrever en los ratos del patio. Isabel dice que eso me daría muy buen resultado. 

Vuelve el hombre

Héctor llegó el viernes noche. Y ya tenemos instalada la lavadora, montadas las camas y la tele e internet funcionando. 
Misión cumplida. 
Estoy por decirle que ya se puede volver a España y me acuerdo de lo mucho que le queremos y nos hace reir.
Los hombres sirven para más cosas que ensamblar tornillos. 
Ahora eso sí, confieso que no ha sido el mejor fin de semana de nuestras vidas. 

No recuerdo haber hecho nada interesante más allá de poner lavadoras, organizar más cosas y ver cómo Héctor montaba todas las camas de la casa.

The good wife

Llevo nerviosa todo el día, me traen el colchón de nuestra cama y esta noche llega Héctor. Me dedico al día a limpiar y ordenar la casa y cocinar cosas ricas. ¡En solo dos semanas Inglaterra me ha transformado en un ama de casa tradicional. Viene a mi cabeza el anuncio de Avians. 

Un nuevo objetivo

En el patio del colegio espero a que salga Sol de la clase de costura. Yago juega con un niño de su clase que también espera a su hermano mayor. Me presentan a su madre, una rubia de pelo largo que lleva un abrigo de leopardo y unos lazos enormes en su cabeza. Es la Caitlin Moran local.  “Vivimos aquí enfrente, me dice señalando uno de los cottages de la otra acera, y a pesar de todo, siempre llegamos tarde”.  Crecida por el hecho de haber logrado abrir una cuenta de banco y contratado una línea de teléfono en la misma semana, decido marcarme otro objetivo; hacerme amiga de CM.

La preciada cuenta de banco

Dejo a los niños en el colegio y voy rauda a mi tercer intento de abrir una cuenta de banco. Llevo todo, contrato de alquiler, contrato de teléfono (por si sirve de algo), el papel que me dieron ayer en la Seguridad Social diciendo que en breve me llegará un número de la seguridad social, mi pasaporte... Después de todos los impedimentos que me han puesto en las demás sucursales, tengo la sensación de que el Lloyds va a ser mi tabla de salvación, cuando les dije que quería abrir una cuenta no me dijeron que necesitaría ningún imposible. “Solo su pasaporte”, me dijo la chica que me atendió. Y le pedí que lo repitiera, no porque no la hubiese entendido, sino porque quería estar segura de que no se había equivocado. La sucursal abre a las 9 de la mañana y a esa hora ya hay gente haciendo cola para entrar. Y una amable empleada del banco nos da la bienvenida a todos los clientes desde la puerta. El chico con el que tengo cita no tendrá más de 25 años. Me pregunta qué tipo de cuenta quiero le digo que lo más simple, solo para pagar recibos de teléfono y esas cosas. El ordenador se queda bloqueado y para romper el hielo mientras se activa de nuevo, me pregunta qué he hecho el fin de semana (supongo que le gustaría que le dijese que he ido a una rave, pero contesto con un lacónico cuidar de mis tres hijos) y que qué planes tengo para hoy: darnos de alta en el ambulatorio y hacer más gestiones burocráticas...  No parece emocionarle mucho, pero en ese momento el terminal vuelve a funcionar y terminamos la operación tras veinte minutos de preguntas y respuestas. Ya está todo, me dice, voy a por todos los papeles para que los firmes. Y antes de que haya firmado la documentación, o sea, antes de que pueda demostrar que tengo una cuenta abierta en un banco de Inglaterra, entra la mujer que estaba en la puerta y se presenta como la directora de la sucursal. Me da la bienvenida como si presintiese que estoy emparentada con los Botín, parece muy contenta de tenerme como clienta. Y me pregunta por qué he decidido abrir una cuenta en el LLoyds. ¿Tiene usted familiares o amigos en el Lloyds? No quiero desilusionarla y tampoco quiero que se enfade si le digo que porque de todos los bancos que hay en el pueblo es el que único que no me ha pedido papeles que aún no me han llegado. Y mientras me fijo en el logo del banco, le digo “en realidad escogí su banco porque me gustan muchos los caballos”, le digo.”Anda, es la misma razón por la que yo entré a trabajar aquí hace veinte años. Los anuncios de la televisión son preciosos, verdad?” Y yo asiento, a pesar de que no recuerdo haber visto un anuncio de Lloyds en mi vida, pero en estos momentos en lo que lo único que quiero es firmar esos papeles y salir de allí corriendo a pedir una línea de internet en casa para poder empezar a trabajar de una vez, asiento totalmente convencida. “Preciosos, son preciosos”. 

Cuando salgo de la sucursal, con los papeles de mi cuenta bajo el brazo, hago un juramento de fidelidad y lealtad al al Lloyds que riéte tú del jurar la constitución de los ministros.  



Absurdo

Anoche me acosté pensado que hoy por fin, no había que madrugar. Y llevo escribiendo desde las 6.45 de la mañana.

Track Club no es un deporte

De todas las extraescolares que hemos pedido, a ninguno le han dado su favorita. En el reparto nos ha tocado música para Yago (no le han cogido Ipad Club y no sabemos si entrará en Kárate. Sol solo tendrá netball y costura. Y Eva no podrá jugar al fútbol, pero sí al hockey y al rugby. Lo que sí podrá es comenzar su educación religiosa; lo que creíamos que era un deporte de running, “Track Club”, ha resultado ser el camino hacia la religión. El caso es que cuando leí la carta del reverendo presentándose como director de este club, imaginé que no se iba a tratar de una actividad deportiva  , pero para entonces ya habíamos echado la solicitud. Tengo que acordarme de formalizar su renuncia a la plaza antes de que comience el curso. 

De momento el hecho de que a ninguno le hayan dado las solicitadas en primera instancia, no ha supuesto ningún trauma. Lo han aceptado todos con resignación católica. O anglicana. 


Retos imposibles

Vivo totalmente desconcertada por la cuestión de las basuras. He leído tres veces el folleto que me han dado en el ayuntamiento y aparte de tener claro que en el cubo pequeño se echa solo y únicamente la comida, aún no sé dónde ni como tirar el resto.  Además me faltan las bolsas específicas para cada uno y no logro organizar qué poner en cada cubo. De momento voy resolviendo sacándolo todo a los cubos de fuera. Cuando el próximo martes el camión se lleve los restos de nuestra familia, estoy convencida de que nos habremos saltado la ley siete veces siete. 

Estoy también agobiada por lo complicado que me está resultando abrir una cuenta del banco. Recientemente han cambiado la ley y ahora un extranjero tiene más difícil abrir una cuenta corriente, como si hubiese delito en el hecho de que quieras tener un sitio en el que guardar tu dinero y desde el que ir haciendo pagos varios. Tanto que cada vez que entro en una sucursal, tengo la sensación de estar haciendo algo ilegal. Algunos bancos me han pedido el número de Seguridad Social, algo que tengo que hacer a 60 kms de aquí, en un pueblo de nombre impronunciable para un español, y que según me dice la amable funcionaria de turno, puede tardar hasta cuatro semanas en llegar. Después de volver de Chelmsford sin un papel en el que ponga mi número de seguridad social, regreso a una sucursal y pregunto si no les vale el contrato de alquiler como prueba de que soy residente aquí. Me dicen que sí, pero siempre que sea alquiler directo, no a través de una inmobiliara (que es mi caso), cosa que no entiendo; el 90% de los alquileres se hacen a través de inmobiliaria. Cuando te registres en el ayuntamiento vuelves, me dicen en otra, así que salgo pitando al Council, donde además de solicitar el pago de tasas municipales, me venden un paquete de bolsas para el cubo de la cocina por 5 libras (tengo que mirar si tienen ribetes de oro), pero sin un papel que diga que ya nos hemos registrado “te llegará en unos días”, me dice la mujer que me ha vendido las bolsas. 

AsI que después de haber hecho mil gestiones, tener todos los papeles legales, ser un residente de la unión europea legal que paga impuestos en UK, aún sigo sin poder abrir una cuenta en el banco. Y no es que tenga necesidad, que ahora mismo con las tarjetas y los cajeros se funciona a las mil maravillas, es que la necesito para cosas tan tontas como solicitar servicio de internet en casa o que me pasen las facturas de agua, luz y gas. 

Y mi única esperanza es mi cita del lunes con el Lloyds Bank. De aquí al lunes tengo que decidir qué estrategia seguir:

-echarme a llorar (soy una madre de tres niños sola en UK y no puedo hacer nada hasta que ustedes me abran la cuenta!!!)
-ponerme la camisa más escotada
-entrar al banco con una pistola. (lo mismo conseguir un arma es más fácil que abrir una cuenta corriente)


Las charities son adictivas

Dejo a los niños en el colegio y hago las primeras gestiones del día. Ya tengo un número de teléfono británico, al que de momento solo me llama Isabel, porque es la única persona que lo tiene. Registro a la familia en el ambulatorio local y la secretaria de administración tiene que llamarme unas cinco veces para pedirme datos que he olvidado poner en los largos formularios, cuestiones cómo dónde ha nacido Sol o cuál era mi nombre de soltera. Así que en media hora he duplicado mi lista de contactos que me llaman al teléfono; Isabel y la clínica. En la tercera llamada de la chica del dispensario ya siento que somos super amigas, y estoy por preguntarle a la Mrs cuyo nombre no recuerdo, si quiere venir a cenar esta noche a casa.  

Paso por la biblioteca y dedico casi dos horas a contestar emails de gente que vive en España y que quiere cosas de mí muy urgentemente. A casi todos ellos les contesto, “la semana que viene”, aún sabiendo que me será difícil cumplir el plazo. Cuando estoy a punto de cerrar el ordenador,  aparece La Batu, a quien debería llamar ‘ángel de la guarda´ y me saca de charities. Aviso, las charities crean adicción y te llevan al absurdo. Yo llevo aquí cinco días y me conozco todas las del pueblo al dedillo. Y como ya dije antes, por diversos motivos, tengo dos favoritas, Oxfam y St. Elizabeth. La Batu y yo no dejamos ni una por recorrer. El problema de estas tiendas baratas es que te incita a la compra compulsiva porque si no compras lo que te gusta hoy, muy posiblemente mañana no estará, por lo que es muy fácil caer en el absurdo. Yo solo quería comprar un azucarero, algo absolutamente necesario en una casa que todavía no tiene ni colchones, y salí con: 

-dos mesas auxiliares de tijera. Una de ellas se cae. habrá que esperar a que venga Héctor, yo no tengo tiempo (ni mañas) para el bricolaje. 
-dos azucareros (si yo solo quería uno, ¿por qué compré dos? Ni siquiera hacen juego, uno es verde y el otro de flores azules)
-dos juegos de fundas de edredones
-tres cojines
-un bote para el café (otro de esos imprescindibles para una casa en las condiciones de la nuestra) 
-un molde para hacer bizcochos, que, por supuesto, con la de tiempo que tengo estos días, voy a ponerme a hornear inmediatamente. 
-y como muestra de lo dicho anteriormente, unos tiradores de cerámica para puertas de armario--  ocho, para ser exactos-- en tonos azules y rojos, que aquí no puedo usar y que compré para cuando vuelva a Madrid, sin pensar siquiera que todos los tiradores que tengo en Madrid me gustan y no los necesito. 

Vale, no he gastado más 25 libras por todo. ¿Pero para qué demonios quiero yo unos tiradores de cerámica? En mi descargo voy a decir que he pasado un buen rato con Batu y por primera vez en toda la semana, me he relajado un poco. 


Empezamos con buen pie

Echo de menos a Héctor. 
Y el lavavajillas. 
Y el microondas. 
Por este orden
Esta mañana tuvimos una salida de casa accidentada para ir al colegio Al entrar en el coche Eva pisó una caca de perro (me gustaría saber qué vecino deja que su perro se alivie en nuestro jardín), que esparció por el coche, su ropa y la de su hermana. ¡¡¡Nooo, el primer día de cole no podemos llegar oliendo a mierda, por mucho que digan que eso es síntoma de buena suerte!! Así que volvimos a la casilla de salida y todo el mundo a cambiarse de ropa. Sorprendentemente, llegamos  al colegio a tiempo, pero con el corazón latiendo a mil. Los niños entraron contentos. Y no olían a caca. Y salieron contentos también. Y tampoco olían a caca.


Me acuesto a las 9 de la noche, la misma hora a la que se van a la cama los niños. Y me pregunto dónde se fue mi día. 

Pantalones de tergal.

Hoy por la mañana fuimos a visitar el colegio donde nos dieron la muy buena noticia de que finalmente han admitido al pequeño en el colegio de sus hermanas. Así que irán los tres juntos y eso nos ahorrará, espero, muchos disgustos y preguntas del estilo "por qué yo tengo que ir a este cole y mis hermanas al otro?", sino que además nos hará la logística familiar más sencilla. Y después de pasar por la biblioteca del pueblo para hacernos los carnets y sentirnos así más saffroneses, nos dimos a la búsqueda desesperada de uniformes por la charities. En la de Oxfam nos hicimos con un buen botín, casi dos juegos completos para cada uno por 25 libras. Y eso la ha convertido automáticamente en mi tienda favorita de todas. St. Elizabeth me ahorró comprarme el jersey nuevo para Sol y al final del día, con los niños agotados y hartos de ir de tienda en tienda, tuve que rendirme y reconocer que Eva no tenía jersey y no podía ir el primer día sin él, así que literalmente nos arrastramos a la tienda donde los venden nuevos, lo cual,  después de estar todo el día practicando el chariting me parecía poco más o menos que un acto de traición.  En total, me he hecho con un uniformes para todos, por menos de 50 libras. 

Así que aquí estoy, en nuestro primer día laborable, el verdadero primer día de vida "normal" en Saffron Walden, planchando pantalones y faldas de franela gris para la tropa. 
Y me pregunto si para esto quería yo venirme al corazón de Inglaterra. 

Tomando tierra (o comprando muebles)

Dos días en Saffron Walden, los más intensos de mi vida, y ya he pasado por todo, desde la toma de posesión de la casa hasta la visita a las urgencias del hospital. Nunca creí que se pudiesen hacer tantas cosas en tan poco tiempo y todo desde un campamento base, nuestra casa de Hunters Way, que está totalmente vacía y por supuesto sin línea de teléfono ni internet.  El sábado firmamos el contrato de alquiler más largo que he leído en mi vida. ¿Cómo puede una casa vacía tener un inventario de dieciocho páginas? ¡Tiene detallado hasta los enchufes de la luz!. Compras por aquí y por allí, muebles, comida, más muebles. ¿Cuantas sillas se necesitan para empezar de cero? ¿Es necesario un lavavijllas? ¿Compramos una estantería o dos? Cada vez que voy a pagar algo no puedo evitar recordarme que aquí solo estaremos ocho meses, pero es difícil vivir en la precariedad absoluta cuando tienes tres niños, más de 45 años y llevas toda tu vida acostumbrada a tener un sofá, camas con patas, y mesa de comedor. La vida burguesa es adictiva. 

El domingo tuvimos que ir de urgencias al hospital. Me desperté con un terrible dolor en la cara y era incapaz de identificar el origen, no sabía si me dolía el oído, las muelas, la mandíbula... Era incapaz de abrir la boca y hasta de girar la cabeza. Sorprendentemente en el hospital de Cambridge fueron eficientes y muy rápidos y además me dieron una lección de anatomía: tienes una infección en la glándula parótida, me dijo el médico y ante mi cara de asombro (ignorancia, más bien), me mostró un dibujo con todos los músculos y nervios que pasan por la zona. Aliviada por el diagnóstico y la prescripción- antibióticos y antiinflamatorios--  y aprovechando que los niños se habían quedado felices en casa de Isabel, al salir nos dio tiempo a pasar por las charities del lugar y comprar media casa más. Así que ya tenemos lavadora y alguna estantería y mesa auxiliar. Vendrán la semana que viene. Los esperamos como agua de mayo.