Dejo a los niños en el colegio y voy rauda a mi tercer intento de abrir una cuenta de banco. Llevo todo, contrato de alquiler, contrato de teléfono (por si sirve de algo), el papel que me dieron ayer en la Seguridad Social diciendo que en breve me llegará un número de la seguridad social, mi pasaporte... Después de todos los impedimentos que me han puesto en las demás sucursales, tengo la sensación de que el Lloyds va a ser mi tabla de salvación, cuando les dije que quería abrir una cuenta no me dijeron que necesitaría ningún imposible. “Solo su pasaporte”, me dijo la chica que me atendió. Y le pedí que lo repitiera, no porque no la hubiese entendido, sino porque quería estar segura de que no se había equivocado. La sucursal abre a las 9 de la mañana y a esa hora ya hay gente haciendo cola para entrar. Y una amable empleada del banco nos da la bienvenida a todos los clientes desde la puerta. El chico con el que tengo cita no tendrá más de 25 años. Me pregunta qué tipo de cuenta quiero le digo que lo más simple, solo para pagar recibos de teléfono y esas cosas. El ordenador se queda bloqueado y para romper el hielo mientras se activa de nuevo, me pregunta qué he hecho el fin de semana (supongo que le gustaría que le dijese que he ido a una rave, pero contesto con un lacónico cuidar de mis tres hijos) y que qué planes tengo para hoy: darnos de alta en el ambulatorio y hacer más gestiones burocráticas... No parece emocionarle mucho, pero en ese momento el terminal vuelve a funcionar y terminamos la operación tras veinte minutos de preguntas y respuestas. Ya está todo, me dice, voy a por todos los papeles para que los firmes. Y antes de que haya firmado la documentación, o sea, antes de que pueda demostrar que tengo una cuenta abierta en un banco de Inglaterra, entra la mujer que estaba en la puerta y se presenta como la directora de la sucursal. Me da la bienvenida como si presintiese que estoy emparentada con los Botín, parece muy contenta de tenerme como clienta. Y me pregunta por qué he decidido abrir una cuenta en el LLoyds. ¿Tiene usted familiares o amigos en el Lloyds? No quiero desilusionarla y tampoco quiero que se enfade si le digo que porque de todos los bancos que hay en el pueblo es el que único que no me ha pedido papeles que aún no me han llegado. Y mientras me fijo en el logo del banco, le digo “en realidad escogí su banco porque me gustan muchos los caballos”, le digo.”Anda, es la misma razón por la que yo entré a trabajar aquí hace veinte años. Los anuncios de la televisión son preciosos, verdad?” Y yo asiento, a pesar de que no recuerdo haber visto un anuncio de Lloyds en mi vida, pero en estos momentos en lo que lo único que quiero es firmar esos papeles y salir de allí corriendo a pedir una línea de internet en casa para poder empezar a trabajar de una vez, asiento totalmente convencida. “Preciosos, son preciosos”.
Cuando salgo de la sucursal, con los papeles de mi cuenta bajo el brazo, hago un juramento de fidelidad y lealtad al al Lloyds que riéte tú del jurar la constitución de los ministros.
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