Lo he vuelto a hacer, he regresado a la nave de las subastas. Sí, lo confieso, no he superado la tristeza que supuso el ver cómo me robaban el espejo victoriano, amor de mi vida durante diez minutos, y he regresado con La Batu al lugar del crimen, pensando que quizá podría encontrar otro espejo que reemplazase al viejo, o que, con un poco de suerte, el que pujó por el mío no hubiese ido a buscarlo nunca y estuviese de nuevo allí. Mi gozo en un pozó, ni el mío, ni ningún espejo digno de tener el calificativo de victoriano.
Como soy frívola y casquivana (aunque no sea rubia), volví a quedarme prendada. Estaba decidida a olvidarme de espejos, por el aquel de no caer dos veces en la misma piedra, y centré mi deseo en una vajilla Noritake, o sea, una cerámica japonesa que tiene creaciones con diseños adaptados al gusto británico (no, no sé nada de cerámicas, simplemente que yo esté tan puesta, lo vi después en wikipedia) con unas hojas y unas flores en tonos verdes muy sutiles que yo ya visualizaba luciendo este verano en mi mesa de jardín (que no tengo) sobre un maravilloso mantel de lino, (que me prestaría La Batu, porque yo tampoco tengo) y sirviendo el almuerzo de 12 amigos (aún no tengo tantos, pero todo se andará) todos inteligentísimos, divertidísimos y cultísimos. Como yo, claro. En esas estaba cuando recibí el mail de la compañía de subastas diciendo que me la habían birlado por solo cinco libras de diferencia, otra vez he apostado a caballo perdedor .Bueno, en realidad, el caballo perdedor soy yo, a juzgar por las cifras tan ridículas que estoy siempre dispuesta a pagar. En realidad soy caballo tacañón, mejor dicho. ¿De verdad te quieres hacer con una porcelana japonesa por 50 libras? ¿Y con un espejo victoriano por 60? Debería fijarme más en La Batu, no pega tiro al aire. Quiero esta cubertería de plata, la consigo, quiero esta colección de manteles, pago por ello. Y no hay más misterio en el arte de pujar en las subastas. ¡Pon una cifra razonable, y te lo llevas, tía miserable!
Como soy frívola y casquivana (aunque no sea rubia), volví a quedarme prendada. Estaba decidida a olvidarme de espejos, por el aquel de no caer dos veces en la misma piedra, y centré mi deseo en una vajilla Noritake, o sea, una cerámica japonesa que tiene creaciones con diseños adaptados al gusto británico (no, no sé nada de cerámicas, simplemente que yo esté tan puesta, lo vi después en wikipedia) con unas hojas y unas flores en tonos verdes muy sutiles que yo ya visualizaba luciendo este verano en mi mesa de jardín (que no tengo) sobre un maravilloso mantel de lino, (que me prestaría La Batu, porque yo tampoco tengo) y sirviendo el almuerzo de 12 amigos (aún no tengo tantos, pero todo se andará) todos inteligentísimos, divertidísimos y cultísimos. Como yo, claro. En esas estaba cuando recibí el mail de la compañía de subastas diciendo que me la habían birlado por solo cinco libras de diferencia, otra vez he apostado a caballo perdedor .Bueno, en realidad, el caballo perdedor soy yo, a juzgar por las cifras tan ridículas que estoy siempre dispuesta a pagar. En realidad soy caballo tacañón, mejor dicho. ¿De verdad te quieres hacer con una porcelana japonesa por 50 libras? ¿Y con un espejo victoriano por 60? Debería fijarme más en La Batu, no pega tiro al aire. Quiero esta cubertería de plata, la consigo, quiero esta colección de manteles, pago por ello. Y no hay más misterio en el arte de pujar en las subastas. ¡Pon una cifra razonable, y te lo llevas, tía miserable!
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