viernes, 26 de febrero de 2016

Las charities son adictivas

Dejo a los niños en el colegio y hago las primeras gestiones del día. Ya tengo un número de teléfono británico, al que de momento solo me llama Isabel, porque es la única persona que lo tiene. Registro a la familia en el ambulatorio local y la secretaria de administración tiene que llamarme unas cinco veces para pedirme datos que he olvidado poner en los largos formularios, cuestiones cómo dónde ha nacido Sol o cuál era mi nombre de soltera. Así que en media hora he duplicado mi lista de contactos que me llaman al teléfono; Isabel y la clínica. En la tercera llamada de la chica del dispensario ya siento que somos super amigas, y estoy por preguntarle a la Mrs cuyo nombre no recuerdo, si quiere venir a cenar esta noche a casa.  

Paso por la biblioteca y dedico casi dos horas a contestar emails de gente que vive en España y que quiere cosas de mí muy urgentemente. A casi todos ellos les contesto, “la semana que viene”, aún sabiendo que me será difícil cumplir el plazo. Cuando estoy a punto de cerrar el ordenador,  aparece La Batu, a quien debería llamar ‘ángel de la guarda´ y me saca de charities. Aviso, las charities crean adicción y te llevan al absurdo. Yo llevo aquí cinco días y me conozco todas las del pueblo al dedillo. Y como ya dije antes, por diversos motivos, tengo dos favoritas, Oxfam y St. Elizabeth. La Batu y yo no dejamos ni una por recorrer. El problema de estas tiendas baratas es que te incita a la compra compulsiva porque si no compras lo que te gusta hoy, muy posiblemente mañana no estará, por lo que es muy fácil caer en el absurdo. Yo solo quería comprar un azucarero, algo absolutamente necesario en una casa que todavía no tiene ni colchones, y salí con: 

-dos mesas auxiliares de tijera. Una de ellas se cae. habrá que esperar a que venga Héctor, yo no tengo tiempo (ni mañas) para el bricolaje. 
-dos azucareros (si yo solo quería uno, ¿por qué compré dos? Ni siquiera hacen juego, uno es verde y el otro de flores azules)
-dos juegos de fundas de edredones
-tres cojines
-un bote para el café (otro de esos imprescindibles para una casa en las condiciones de la nuestra) 
-un molde para hacer bizcochos, que, por supuesto, con la de tiempo que tengo estos días, voy a ponerme a hornear inmediatamente. 
-y como muestra de lo dicho anteriormente, unos tiradores de cerámica para puertas de armario--  ocho, para ser exactos-- en tonos azules y rojos, que aquí no puedo usar y que compré para cuando vuelva a Madrid, sin pensar siquiera que todos los tiradores que tengo en Madrid me gustan y no los necesito. 

Vale, no he gastado más 25 libras por todo. ¿Pero para qué demonios quiero yo unos tiradores de cerámica? En mi descargo voy a decir que he pasado un buen rato con Batu y por primera vez en toda la semana, me he relajado un poco. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario