Cualquiera que venga a nuestra casa ahora mismo, pensará que somos una familia que viene huyendo de algún dramático episodio de nuestro pasado y que queremos empezar de cero, dejando atrás sin contemplaciones, nuestro vida anterior.
He pasado por casi todas las casas de españoles que viven aquí (cinco más) y todos ellos, tienen objetos traídos de España o de su país para no perder el contacto con su vida anterior, fotos de padres, hermanos, amigos, figuritas decorativas, amuletos de la suerte, discos, sábanas, dibujos “no-me-olvides-vuelve-pronto” que los amigos de los niños hicieron antes de su marcha, o alguna vajilla de porcelana, sin la que, es obvio, no se puede vivir. Nosotros nada, ni un cuadro, ni una foto, nada. Suena muy prosaico, pero el único objeto que podría estar vinculado a mi pasado es la olla exprés (que le ganó la batalla a la thermomix) y que fue lo único que me cabía en el coche después de haber cargado las maletas de los cinco, una garrafa de aceite de oliva virgen extra y los dos ordenadores. Al menos Héctor se trajo la guitarra, que digo yo que ya podría yo haber elegido algo menos práctico que la olla exprés.
El otro día un amigo se fijó en que el techo del pasillo hay una trampilla que accede al sobrao. "¿Habéis mirado eso?. Ahí os caben muchas cosas". Cuando le dijimos que no, insistió que subiésemos a verlo porque era un buen sitio para guardar cosas. Tuvimos que decirle que no tenemos nada que guardar, que no hay más que lo que ves, somos transparentes.
A veces me justifico diciendo que en realidad uno no necesita tantas cosas para vivir, pero es una de esas frases hechas que solo consuelan al que las dice. Y ni siquiera a mi me sirve de consuelo cuando voy a echar mano de un colador que no tengo.
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